Semana 5

Tuve una infancia muy feliz con mi familia. La relación con mi padre era muy fuerte, compartíamos mucho tiempo. Incluso con su trabajo revisaba mis tareas de la escuela al regresar a casa y todos los fines de semana me llevaba al parque. Él era cariñoso con todos en el hogar y amable con las personas afuera, papá era todo lo que yo quería llegar a ser.

Un día, cuando tenía nueve años, me explicaron que mi padre estaba enfermo, me sentí triste por él; no obstante, tenía la seguridad de que pronto se repondría y volvería a jugar conmigo en el parque. Transcurrido un tiempo me aclararon que no había mejora alguna en su salud y con aún más dificultad me dijeron que debía despedirme. Sí, es muy difícil esperar que un niño comprenda algo así y pueda decirle adiós para siempre a quien considera su héroe.

Ese día el sol se ocultó como lo hace siempre y mi padre cerró sus ojos, a la mañana siguiente no los abrió, su historia en la tierra había concluido.

Desde el día que mi padre partió no volví a ser el mismo. Al principio me negaba a creer que se hubiera ido, lo recuerdo muy bien. Cada vez que salía me mantenía callado y atento a la gente que me rodeaba, esperando entre ellos hallar a papá. No me importaba lo que decían respecto a que él ya había sido velado y enterrado, en mi inocente corazón tenía la esperanza de que entre tanta gente mis ojos se encontraran con los suyos y corriera hacia sus brazos otra vez. Por supuesto que eso nunca sucedió.

El tiempo pasó y la tristeza no se desvaneció, yo seguí buscando a mi padre aunque de otras formas. Lo buscaba en viejas fotografías, en las historias de mi madre, en maletas con sus pertenencias y cualquier cosa relacionada con él. Necesitaba sentirme cerca de él, mis recuerdos ya no eran tan precisos y yo no quería olvidar a papá.

Continué mi vida con un hueco en el corazón, viendo a otros adolescentes que sí tenían a sus padres; envidiando a los que compartían tiempo con ellos, juzgando a quienes no los valoraban. Repitiendo siempre la misma pregunta en mi mente “¿por qué mi papá se tuvo que ir?”. Al suceder eso yo era muy pequeño y jamás imaginé que algún día se iría, para mí él tenía todo en control, no sabía que esa enfermedad realmente estaba fuera de sus manos. Lo que en algún momento pareció un enojo justificado hacia él, más adelante fue tiempo valioso desperdiciado, oportunidades de disfrutar a su lado que dejé pasar.

Busqué mantener mi mente ocupada, me esforzaba mucho en mis estudios y dedicaba todo el tiempo que pudiera a mi familia, ya había entendido que eso no se recupera. Tenía días buenos y malos como cualquiera, pero aun con todas las situaciones que vivía lo que más dolía siempre era no poder vivir junto a mi padre y compartir con él todo lo que me sucedía.

En esos momentos de dolor tenía un pensamiento recurrente, aquello que deseaba con todo mi ser: pasar un día más con papá.

Hoy se cumplen diez años del día en que el sol se ocultó por última vez para mi padre. Es increíble cómo ha pasado el tiempo y cómo he crecido; he hecho muchas cosas, con abundante esfuerzo y dedicación he cumplido las metas que me he propuesto. Anhelo correr hacia mi padre como solía hacer cuando era niño, quiero enseñarle lo que he logrado y el hombre en que me he convertido, quiero saber si estaría orgulloso de mí.

He conducido media hora para llegar a mi destino, me estaciono y bajo del automóvil. Camino entre las lápidas, algunas están adornadas con flores y tarjetas, yo no traigo adorno alguno porque no soy partidario de eso. No creo que mi padre vea lo que se coloque en su lápida; sin embargo, siento una profunda paz al estar en este lugar.

Recorro el área sin reparar en las señalizaciones, pues conozco a la perfección el cementerio. Me detengo frente a la tumba de mi padre. El pesar de haberlo perdido permanece en mí, pero lo que causa más dolor es recordar los años que no he podido estar a su lado, su cariño y compañía me han hecho demasiada falta.

¡Ojalá pudiera traerlo de vuelta! Aunque ya no esté aquí lo llevo siempre conmigo. Y sé que lo debo dejar ir; sin embargo, desearía tan solo un minuto más a su lado. Para verlo otra vez, darle un abrazo y decirle cuanto lo amo, mas lo haré en el cielo. Así es, allá en el cielo tendré esa oportunidad nuevamente.

Permanezco un rato viendo su lápida e imaginando nuestro futuro reencuentro, ante esa bella idea se dibuja una pequeña sonrisa en mi rostro. En este momento siento una paz indescriptible en mi interior, levanto mi cabeza y viendo al cielo pronuncio con voz apenas audible “te veo en el cielo”.


El reto de esta semana fue:

Esta semana toca un relato con una canción o poema como tema central de tu texto.

La canción elegida fue “te veo en el cielo” de Guardian.

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