Semana 7

Despierto un día más con hambre y la certeza de que mi intento de cocina está vacío como de costumbre. Estoy harto de esta desgraciada situación.

Llevo un año desempleado, busqué trabajo en montones de lugares pero el resultado siempre es el mismo: mi nivel de estudios no es suficiente. De haber sabido que exigirían tanto me hubiera esforzado más en mi época de estudios, bueno, es probable, en realidad odiaba ir a la escuela y con frecuencia me fugaba de clases.

Perdí mi trabajo por un ingrato que habló de más; yo lo cubrí cuando el robó una buena cantidad de dinero a un cliente distraído, y él me terminó delatando por las pequeñas transacciones que hacía cuando no me veían, casi me sacan a patadas. ¿Dónde quedó la lealtad? Al menos me las cobré unos días después, por su culpa me habían echado.

Ahora todos los días me las debo ingeniar para tener algo que comer o darme uno que otro gusto, mientras espero que alguien al fin me dé una oportunidad laboral. Para colmo hoy me siento en exceso cansado, pues vine a casa de madrugada luego de tomar unas cervezas con los amigos.

Solo quiero algo para desayunar, no es justo que otros se den grandes lujos en restaurantes y yo esté aquí escuchando los sonidos que produce mi hambriento estómago. Pero para todo hay solución, hoy es el día de utilizar una nueva herramienta para ganarme el pan diario.

Me visto con rapidez y busco en el fondo de la última gaveta mis calcetines de la suerte, envueltos con ellos tengo una pistola nueva color negro y un billete de Q50 para emergencias, aunque después de llevar a cabo mi plan el dinero me sobrará. Guardo el arma, el billete y un par de monedas en el bolsillo de mi sudadera, tomo una mochila y salgo de mi casa.

Vivo en la Colonia La Bethania y para no complicarme ni hacer esperar más tiempo a mi estómago, abordo el primer autobús que veo, es de la ruta 203. Pago al ayudante como un pasajero cualquiera y tomo asiento en el único lugar libre en la primera fila. En el momento que el autobús toma velocidad me levanto alzando el arma y grito esa frase que tanto miedo me provocaba en mi infancia pero hoy me llena de poder: esto es un asalto.

Las personas permanecen inmóviles viéndose entre sí con miedo, esto es más fácil de lo que me habían platicado mis amigos.

Me dirijo hacia el hombre en la primera fila del lado opuesto y abro mi mochila frente a él, no debo decir palabra alguna, él deposita su teléfono y agacha la cabeza. Muevo la mochila para que quede frente a la mujer a su lado y la miro con una sonrisa, ella me ve a los ojos y me doy cuenta de que la conozco. Sí, esta mujer fue mi maestra en la escuela, las pocas veces que asistía a clases ella se empeñaba en pedirme que me esforzara y ofrecía su ayuda para ponerme al día, por supuesto nunca acepté.

No puedo robarle a mi antigua maestra, era de las pocas personas que me demostraban algo de cariño en aquella época. Inevitablemente pierdo la seguridad que presumía hace un minuto, mi mano tiembla y con un movimiento brusco del autobús suelto la pistola. El arma cae de forma aparatosa y un pedazo se desprende dejando en evidencia que no es más que un juguete.

Ni siquiera me dejan lamentar el fallido plan ya que alguien me golpea con fuerza en la cabeza, logro ver que estamos por llegar al puente El Incienso pero me desplomo y ahora solo veo muchos pies rodeándome. Es cuando el dolor me invade a causa de los golpes y patadas que me propinan los pasajeros, instintivamente me cubro el rostro y me coloco en posición fetal.

De un momento a otro percibo que todos se alejan y siento un gran alivio. Abro los ojos y levanto la cabeza, todos me observan de lejos y un hombre se planta en frente de mí con expresión enfurecida. Esto no puede ser algo bueno…

El desconocido se acerca a mí haciendo extraños movimientos con las manos que solo había visto en las películas de… ¿Será posible? Luego de cuatro horribles minutos recibiendo sus golpes compruebo mi hipótesis, este tipo es un karateca.

Al fin me deja libre. Con el ojo que aún puedo abrir observo como se acercan a mí un par de hombres y mientras el autobús disminuye la velocidad me arrojan a la acera.

Aquí tirado en el suelo, con contusiones y sangre en diferentes partes del cuerpo, escucho el sonido de una sirena, al menos alguien vendrá a ayudarme. Con las pocas fuerzas que me quedan introduzco mi mano en el bolsillo y con frustración descubro que me han robado el billete de Q50.


El reto de esta semana fue:

Vete a tu diario (papel o digital) favorito y busca una noticia rara. Escribe el relato como si fueras uno de los protagonistas.

La noticia elegida fue:


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